Acompañar a los niños y jóvenes en su proceso de desarrollarse con el deporte, es crucial para su bienestar.
Está comprobado que la práctica deportiva tiene innumerables beneficios: cuida nuestra salud física y mental a través de la mejora de procesos cognitivos como la atención, la memoria o el lenguaje, y del bienestar psicológico a través de variables como la autoestima o el auto concepto. Fomenta valores y supone una base de aprendizaje social. También puede ayudar en el rendimiento académico gracias a su poder desestresante y motivador que sirve como refuerzo positivo.
El papel que los padres deciden tomar en deporte de sus hijos será fundamental para su posterior desarrollo en el mismo, de ahí la importancia de evaluar y valorar la implicación de los jóvenes con su deporte. Dependiendo de las necesidades que el niño demande, los padres deben adaptar su estimulación en mayor o menor medida y hacia una u otra dirección para evitar situaciones de riesgo, lesiones o abandono de la práctica deportiva.
De igual modo, el rol del padre o madre no debe mezclarse con el de entrenador o entrenadora, ya que esto provocaría un conflicto intercontextual que afectaría en diferentes aspectos a la vida deportiva del mismo. La coherencia y cooperación deben ser la piedra angular de la relación entre ambos por el propio bien del deportista.
Disfrutar del deporte, aprender con él y mejorar gracias a él, son las tres premisas fundamentes en los deportes, que no deben ser mezcladas con las de alta competición o rendimiento.
La implicación que los padres puedan dedicar a sus hijos en el deporte, debe fomentar la práctica del mismo y contribuir al buen funcionamiento psicológico y mental del deportista, convirtiendo el deporte en un lazo en común que proponga nuevas metas y aficiones conjuntas, que respete la autonomía del niño y que consiga progresivamente el desarrollo integral del deportista de forma estable y duradera.